Ningún debate serio sobre la energía debería soslayar ciertos aspectos que resultan particularmente incómodos a la izquierda, especialmente aquella que tras la caída del muro de Berlín (y, con él, la de las premisas básicas de su visión del mundo) ha pintado de verde su rojez. Dejaremos para otro día la sorprendente génesis del movimiento ecologista, el precedente de Primavera silenciosa –uno de los libros más dañinos que jamás se haya escrito–, la articulación política (en la Alemania libre, con el muro aún erguido) a través de un partido que se ganó el desprecio de la gauche europea de la época. ¡Qué ironía el posterior abrazo verdirrojo! Pensamos en el continuado atentado al medio ambiente de la otra Alemania, la comunista. Atentado sólo comparable al que perpetraban a diario contra la vida y contra la libertad.
Que averigüen los incautos progresistas verdecidos por qué el Parlamento de Israel se negó en su día a recibir a los representantes de los verdes alemanes. Para otro día, digo, queda el análisis de esa forma de irracionalidad, de primacía de la tierra sobre el hombre que llamamos ecologismo. De raíces demasiado cercanas a las tesis de un caudillo nacido en Austria y que mejor hubiera hecho dedicándose a la pintura. Y lo siento por el arte.
Es el caso que los socios de Montilla vienen poniendo todo tipo de trabas a cualquier plan capaz de poner la oferta de energía al nivel de una demanda que, mal que les pese, no dejará de crecer. Y si lo hiciera, sería una catástrofe. Parece que en diez años la demanda se va a doblar. Ante esta realidad, los progres que revolotean por inmerecidos despachos oficiales trabajan en el sentido contrario al de la historia. Piden, los infelices, que moderemos el consumo. Que moderen ellos sus radicalismos y su fundamentalismo ecologista.
Rechazan las nucleares. Reivindican fuentes alternativas pero abominan de la eólica porque rompe el paisaje. Cuando se intenta traer de Francia la energía que aquí no logramos producir, organizan boicots, montan plataformas de agitación y jaleos sin cuento. Adoran la energía solar... pero en los municipios donde gobiernan impiden la instalación de placas.
En la crisis catalana de este verano tienen mucha responsabilidad los radicales que arrastra o arrostra el PSOE. Como la tuvieron en la crisis canaria de hace dos años. Vaya tropa. Más les valdría actualizar sus lecturas, volver a su profeta Lovelock, padre de la tesis Gaia, y enterarse de que el hombre se ha convertido en un defensor de la energía nuclear, que reputa más segura, barata y limpia. Más ecológica. Toma ya.